ARQUITECTURA DEL VALOR por Carles Faus Borràs
(CIUDAD DE LA CULTURA DE SANTIAGO DE COMPOSTELA PETER EISENMAN)
“No es
difícil comprender que lo feo, en cuanto concepto relativo, sólo puede ser
comprendido en relación a otro concepto. Este otro concepto es el de lo bello,
pues lo feo es sólo en cuanto que lo bello, que constituye su positiva
condición previa, también es. Si lo bello no fuera, lo feo no sería
absolutamente nada, pues sólo existe en cuanto negación de aquél. Lo bello es
la idea divina y originaria y lo feo, su negación, tiene en cuanto tal una
entidad secundaria. Se produce a partir de lo bello. No como si lo bello, en
cuanto bello, pudiera ser feo al mismo tiempo, sino en la medida en que las
mismas determinaciones que constituyen la necesidad de lo bello se transforman
en su contrario.” Karl Rosenkranz (Filósofo alemán 1805 – 1879)
La apropiación indebida de lo bello por aquel que
observa es una sensación de la subjetividad de los sentidos, más o menos
entrenados, lo que dará una disparidad de opiniones donde confluirán cada uno
de los campos en los que el proceso cognitivo de cada individuo haya podido
percibir a través de la recopilación de información. La complejidad y la
variedad en el análisis e interpretación de una obra deben ser considerados
como aspectos no acotados en el tiempo, ya que todo proceso cognitivo debe ser
evolutivo en mayor o menor medida, es decir, el juego de escalas con el que se
plantea una intervención debe poder responder y adaptarse a todas las revoluciones
urbanas sin convertirse en meros agentes de la metápolis (Concepto empleado por
François Ascher. Métapolis ou l’avenir des villes. París: Editions Odile Jacob,
1995). Ya que la belleza debemos poder encontrarla en la diferenciación
producida por la diversidad engendrada por la sociedad, y en donde debemos
evitar que aspectos aislados y no interconectados produzcan una disgregación en
el paisaje, ya no solo medioambiental, o económica, sino social.
El carácter entrópico de cualquier intervención
produce una alteración sensorial de los allí presentes, en primer lugar, su
grado aescalar es un factor nulo, lo que no quiere decir que no exista, sino
que cualquier intervención del paisaje, independientemente del grado de
intensidad del mismo, altera el carácter entrópico del agente que observa.
Dicho de otro modo, percibimos un desorden cuando encontramos alteraciones en
nuestro entorno que no somos capaces de aceptar a priori, desde nuestra
subjetividad como válidos. Las intervenciones de carácter político-social de
Doris Salcedo comunicadas como alteraciones efímeras del paisaje, tales como la
Shibboleth realizada en la Tate Modern, o la ocupación del espacio urbano, como
una reivindicación del carácter público del paisaje en el que vivimos, que realizan de forma periódica el colectivo
de Desayunos con Viandantes, comparamos ambos con la imposición sobre el
entorno de la ciudad de la cultura de Santiago de Compostela de Peter Eisenman,
son ejemplos aescalares desde su punto de vista entrópico, y su translación a
las paredes de un museo serían yuxtaposiciones de gran importancia social,
llegando a poder ser propuestas como una reinterpretación a aproximación a la
obra de Hans Haacke.
Intervención sobre el Mercado de Mossen Sorell y su entorno |
Intervención Shibboleth de Doris Salcedo en la Tate Moderm |
Visión aérea de Santiago de Compostela |
En segundo lugar, si el grado aescalar podemos
suponerlo como factor no determinante en cuanto a la alteración percibida, a la
obsolescencia la dotaremos de variables económicas y culturales. Si nos
planteamos que todas las intervenciones urbanas, independientemente de su
escala, deben ir previstas de un programa de obsolescencia planificada, tal y
como sugiere Rem Koolhaas en varios de sus escritos, cuando dota la vida útil
aproximada para cualquier construcción a no más de 25 años, alteraría el
concepto preestablecido de la cultura de la economía de mercado. ¿Cómo serían
nuestras ciudades si todas sus propuestas de alteración fuesen programadas con
una obsolescencia planificada? ¿Se establecería un grado de entropía mínimo
para la reversión programada del paisaje? A la aparición de este concepto
debería ir asociado el concepto de la “arquitectura del valor”, definiéndolo
como una reinvención de los aspectos económicos constructivos, lo cual llevaría
impreso un nuevo carácter metabólico y permanente en nuestras ciudades. Esta
metamorfosis diversa en una posible reducción del tiempo necesario para
solucionar problemas de cohesión social, ya que la delimitación de la reversión
del entorno no perdura el tiempo suficiente como para no programar una
intervención multidisciplinar, aunque no debemos olvidar de ser críticos con la
subversividad del concepto, ya que podría suponer una alteración incontrolada
del derecho a la ciudad.
CARLES FAUS BORRÀS
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