sábado, 14 de julio de 2012

ARQUITECTURA DEL VALOR por CARLES FAUS






ARQUITECTURA DEL VALOR por Carles Faus Borràs
(CIUDAD DE LA CULTURA DE SANTIAGO DE COMPOSTELA PETER EISENMAN)

“No es difícil comprender que lo feo, en cuanto concepto relativo, sólo puede ser comprendido en relación a otro concepto. Este otro concepto es el de lo bello, pues lo feo es sólo en cuanto que lo bello, que constituye su positiva condición previa, también es. Si lo bello no fuera, lo feo no sería absolutamente nada, pues sólo existe en cuanto negación de aquél. Lo bello es la idea divina y originaria y lo feo, su negación, tiene en cuanto tal una entidad secundaria. Se produce a partir de lo bello. No como si lo bello, en cuanto bello, pudiera ser feo al mismo tiempo, sino en la medida en que las mismas determinaciones que constituyen la necesidad de lo bello se transforman en su contrario.” Karl Rosenkranz (Filósofo alemán 1805 – 1879)


La apropiación indebida de lo bello por aquel que observa es una sensación de la subjetividad de los sentidos, más o menos entrenados, lo que dará una disparidad de opiniones donde confluirán cada uno de los campos en los que el proceso cognitivo de cada individuo haya podido percibir a través de la recopilación de información. La complejidad y la variedad en el análisis e interpretación de una obra deben ser considerados como aspectos no acotados en el tiempo, ya que todo proceso cognitivo debe ser evolutivo en mayor o menor medida, es decir, el juego de escalas con el que se plantea una intervención debe poder responder y adaptarse a todas las revoluciones urbanas sin convertirse en meros agentes de la metápolis (Concepto empleado por François Ascher. Métapolis ou l’avenir des villes. París: Editions Odile Jacob, 1995). Ya que la belleza debemos poder encontrarla en la diferenciación producida por la diversidad engendrada por la sociedad, y en donde debemos evitar que aspectos aislados y no interconectados produzcan una disgregación en el paisaje, ya no solo medioambiental, o económica, sino social.

El carácter entrópico de cualquier intervención produce una alteración sensorial de los allí presentes, en primer lugar, su grado aescalar es un factor nulo, lo que no quiere decir que no exista, sino que cualquier intervención del paisaje, independientemente del grado de intensidad del mismo, altera el carácter entrópico del agente que observa. Dicho de otro modo, percibimos un desorden cuando encontramos alteraciones en nuestro entorno que no somos capaces de aceptar a priori, desde nuestra subjetividad como válidos. Las intervenciones de carácter político-social de Doris Salcedo comunicadas como alteraciones efímeras del paisaje, tales como la Shibboleth realizada en la Tate Modern, o la ocupación del espacio urbano, como una reivindicación del carácter público del paisaje en el que vivimos,  que realizan de forma periódica el colectivo de Desayunos con Viandantes, comparamos ambos con la imposición sobre el entorno de la ciudad de la cultura de Santiago de Compostela de Peter Eisenman, son ejemplos aescalares desde su punto de vista entrópico, y su translación a las paredes de un museo serían yuxtaposiciones de gran importancia social, llegando a poder ser propuestas como una reinterpretación a aproximación a la obra de Hans Haacke. 

Intervención sobre el Mercado de Mossen Sorell y su entorno
Intervención Shibboleth de Doris Salcedo en la Tate Moderm

Visión aérea de Santiago de Compostela

En segundo lugar, si el grado aescalar podemos suponerlo como factor no determinante en cuanto a la alteración percibida, a la obsolescencia la dotaremos de variables económicas y culturales. Si nos planteamos que todas las intervenciones urbanas, independientemente de su escala, deben ir previstas de un programa de obsolescencia planificada, tal y como sugiere Rem Koolhaas en varios de sus escritos, cuando dota la vida útil aproximada para cualquier construcción a no más de 25 años, alteraría el concepto preestablecido de la cultura de la economía de mercado. ¿Cómo serían nuestras ciudades si todas sus propuestas de alteración fuesen programadas con una obsolescencia planificada? ¿Se establecería un grado de entropía mínimo para la reversión programada del paisaje? A la aparición de este concepto debería ir asociado el concepto de la “arquitectura del valor”, definiéndolo como una reinvención de los aspectos económicos constructivos, lo cual llevaría impreso un nuevo carácter metabólico y permanente en nuestras ciudades. Esta metamorfosis diversa en una posible reducción del tiempo necesario para solucionar problemas de cohesión social, ya que la delimitación de la reversión del entorno no perdura el tiempo suficiente como para no programar una intervención multidisciplinar, aunque no debemos olvidar de ser críticos con la subversividad del concepto, ya que podría suponer una alteración incontrolada del derecho a la ciudad.

CARLES FAUS BORRÀS

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